“El horror se pegó en su rostro” Aurelio Candelaria, un campesino villareño. Por el Dr. Alberto Fibla

“El horror se pegó en su rostro” Aurelio Candelaria, un campesino villareño. Por el Dr. Alberto Fibla

Mientras se desarrollaba el plan de trabajos forzados en el Presidio Político de Isla de Pinos, tuvimos una de esas experiencias que, por su crudeza, nunca podrán olvidarse. Los presos políticos se encontraban envueltos en una de las grandes escaladas del régimen, destinadas a eliminar su resistencia estoica. El macabro plan, donde el trabajo era

Mientras se desarrollaba el plan de trabajos forzados en el Presidio Político de Isla de Pinos, tuvimos una de esas experiencias que, por su crudeza, nunca podrán olvidarse.

Los presos políticos se encontraban envueltos en una de las grandes escaladas del régimen, destinadas a eliminar su resistencia estoica. El macabro plan, donde el trabajo era de esclavos, extremadamente exigua la comida y precaria la asistencia médica. Pensaban los castristas que con estas tres tenazas apretando un cuerpo desgastado, terminarían por desintegrarlo; pero no contaron con la fortaleza de los espíritus. Sucede que los comunistas ignoran el significado de la fe. Ignoran ellos que la fe es el alimento del alma y de la conciencia.

En circunstancias como estas, en el rostro de Aurelio Candelaria, uno de los hermanos ubicados en el Edificio 6, comenzaron a surgir una serie de pequeñas manchas rojizas con picazón y dolor. Rápidamente se convirtieron en gruesas lesiones oscuras cubiertas de pústulas, que llegaron a extenderse por todo el rostro. Era un Herpes Zoster, una enfermedad que se conoce comúnmente como culebrilla. El recluso apenas podía ver, pues sus ojos estaban cubiertos por las lesiones que comenzaban a arrasar ojos y piel en su cara tumefacta.

Dada la gravedad del caso, le señalamos la posibilidad de ingresar en el hospital de la prisión, donde un médico militar atendía a los pacientes. Su respuesta nos dejó fríos, paralizados, desconcertados. “Médico, me dijo, prefiero morirme aquí contigo que caer en manos de esos carniceros, trátame tú como puedas”. Tragué en seco. Permanecí mirándolo. Pensando. Tratando de comprender a aquel hombre, pero no podía. Después de un recorrido mental por regiones ignotas, llegué a la conclusión que tenía por delante un reto. Tremendo reto. Una responsabilidad enorme se presentaba ante mí y no podía rehuirla.

He dicho y sostengo que cada vez que tuve necesidad de enfrentarme a un caso difícil, Dios estaba a mi lado guiándome, alentándome, empujándome. Abriendo mi intelecto a dimensiones desconocidas, lanzándome a decisiones de alcance imprevisible.

Es necesario destacar que estos casos, requieren la atención de un oftalmólogo para evaluar el estado de ambos ojos; pero estaba yo solo, sin oftalmólogo y sin medicamentos.

Sin embargo, los medicamentos aparecieron como por encanto. Se consiguieron en los establos, donde estaban las vacas de los oficiales castristas y donde existía un amplio arsenal de medicamentos. Estos fueron hábilmente hurtados por los presos que merodeaban por los alrededores. Hay que señalar también, los comentarios amenazantes de los guardias que realizaban el recuento diario. “Usted es el responsable de lo que pase con este hombre”, decían observando el rostro más deforme que el de Cuasimodo, el jorobado de Nuestra Señora de París, que presentaba Aurelio Candelaria. Por otra parte, los presos se acercaban al enfermo y se alejaban rumiando palabras llenas de presagios.

Con los medicamentos de las vacas y unas infusiones que preparaba el sanitario Isaac González ( tío mío ), quien se dedicó al cuidado de Candelaria con tanto fervor y abnegación como tal vez no llegó a realizarlo nunca la Nightingale de la guerra en Crimen.

Los días pasaban lentos y azarosos como pasan en todas las prisiones. Aciagos días durante los cuales, era nuestro paciente quien nos animaba en vez de hacerlo nosotros con él. Sin que nunca llegásemos a comprender por qué este hombre, agobiado y adolorido, se mantenía sereno, afable y optimista. Hasta bromas se gastaba con quienes pasaban por su camastro. Y en medio de esa lucha increíble comenzó a mejorar.

Los rumores, propios de una trágica situación, que llenaba el edificio, se convirtieron en un alegre clamor. Los susurros se convirtieron en algarabía. Los presos habíamos ganado una batalla porque aquel hombre constituía el punto de mira de todos. Un fracaso hubiera sido terrible, tanto para el enfermo como para mí.

La curación fue total y completa. El paciente se reincorporó a su trabajo forzado. Entonces pasaron días, meses, años y más años. Terminó el agónico presidio y siguieron pasando años y más años. Siempre recordaba el caso, pero nunca el nombre de mi paciente.

En cierta oportunidad, durante mi estancia en New Jersey y mientras presentaba mi libro Barbarie en la librería de Nibio Martínez, un ex preso político quiso decir unas palabras de mi paso por la prisión. Con lágrimas de sentida emoción, narró la forma en que, según él, lo curamos cuando su rostro estaba repleto de una costra amplia y dolorosa. Nos abrazamos. Largo y fuerte nos abrazamos. Recordamos juntos. Lloramos juntos.

Dr. Alberto Fibla

 

 

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4 Comments

  • Huber Matos Araluce
    June 17, 2016, 11:24 pm

    Un bello gesto y un artículo conmovedor que demuestra la clase de hombres que ha habido y siempre tendrá Cuba.

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  • Alvin Ross
    June 18, 2016, 5:18 am

    Bravo entre los bravos, cabal entre los cabales, un verdadero y legitimo luchador por la causa cubana.

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  • Felipe Cespedes
    June 18, 2016, 1:49 pm

    Excelente historia, Candelaria es un patriota cubano que siempre da un paso al frente, y esto demuestra su valentía y su rechazo al comunismo poniendo en peligro su propia salud y su existencia

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  • Cubanón Regusanón
    June 18, 2016, 2:59 pm

    No fui preso olítico ni tuve familiares en esa situación. Pero siempre he dicho, mucho más desde que esoy en el exilio y conocido mejr lo que fue esa etapa, que delante de esos hombres y mujeres hay que quitarse el sombero y aún con más vehemencia pedir no venganza pero sí jutiicia para sus torturadores.

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